Día 1
Las bestias rojas han llegado a la ciudad.
Desde hace ya catorce días se lucha de esquina en esquina, todo edificio en las avenidas se ha convertido en un matacán, cada calle esconde barricadas y brocales que tienen como único propósito (rara vez exitoso) detener el paso de los colosos metálicos enviados por las bestias.
La ciudad está grís, a veces toma leves tonos de marrón, sobre todo en los atardeceres.. cada nota de color definido es vista como un anzuelo o como blanco fácil de los hombres-muro emboscados en los techos altos y torres de los suburbios.
Estos días solo he tenido un pensamiento recurrente que ha aliviado mis penas, ha sido el viejo apetito de pintar;
les he mencionado alguna vez que de joven solía pintar?
Incluso cuando comienzan a sonar los Órganos del Infierno, siempre impuntuales, siento el irrefrenable deseo de al menos bocetar algunos trazos.
Le he pedido a Karl que consiga lienzos de lino.
Día 2
La caída de la fortaleza es inminente. Ha pasado mucho tiempo desde el primer septiembre.
Esta tarde he hablado con Martin y Gerda sobre los Órganos del Infierno, Gerda dice que las bestias llaman a su armas con nombres de mujer: Catalina, María.
Qué ironía! Máquinas de muerte con el nombre de engendradoras de vida.
Es hora del plan final, he llamado por mi doble para que me impersone por última vez.
Día 3
Yo mismo he afeitado las barbas de mi doble, ha quedado apuesto.
A las dos de esta tarde he caminado al patio entre abedules, el olor a polvora y muerte no venció mi culpa por poner a dormir a mis amadas Blondie y Eva en nuestra habitación. Ya no dormiré aquí, no podría..
Día 4
El viaje hasta los puertos ha sido penoso. Martin ha fraguado salvoconductos y sobornado a nuestros propios hombres para poder acceder al escape.
Al subir a la nave he dado un último vistazo a mi tierra, a mi amada tierra ahora hostil. Lejos nos esperan los mismos sueños de una civilización justa.
Lejos, al sur de las nuevas tierras construiremos Roma por cuarta vez.
Bajé las escalerillas y caminé hasta la cabina del comandante que me sobresaltó con un despatarrado saludo:
- Heil mein Führer!
Lo ignoré y seguí pensando en el lino que Karl no pudo conseguir.