lunes, 17 de enero de 2011

La huída

Día 1

Las bestias rojas han llegado a la ciudad.
Desde hace ya catorce días se lucha de esquina en esquina, todo edificio en las avenidas se ha convertido en un matacán, cada calle esconde barricadas y brocales que tienen como único propósito (rara vez exitoso) detener el paso de los colosos metálicos enviados por las bestias.
La ciudad está grís, a veces toma leves tonos de marrón, sobre todo en los atardeceres.. cada nota de color definido es vista como un anzuelo o como blanco fácil de los hombres-muro emboscados en los techos altos y torres de los suburbios.
Estos días solo he tenido un pensamiento recurrente que ha aliviado mis penas, ha sido el viejo apetito de pintar; les he mencionado alguna vez que de joven solía pintar?
Incluso cuando comienzan a sonar los Órganos del Infierno, siempre impuntuales, siento el irrefrenable deseo de al menos bocetar algunos trazos.
Le he pedido a Karl que consiga lienzos de lino.

Día 2

La caída de la fortaleza es inminente. Ha pasado mucho tiempo desde el primer septiembre.
Esta tarde he hablado con Martin y Gerda sobre los Órganos del Infierno, Gerda dice que las bestias llaman a su armas con nombres de mujer: Catalina, María. Qué ironía! Máquinas de muerte con el nombre de engendradoras de vida.
Es hora del plan final, he llamado por mi doble para que me impersone por última vez.

Día 3

Yo mismo he afeitado las barbas de mi doble, ha quedado apuesto.
A las dos de esta tarde he caminado al patio entre abedules, el olor a polvora y muerte no venció mi culpa por poner a dormir a mis amadas Blondie y Eva en nuestra habitación. Ya no dormiré aquí, no podría..

Día 4

El viaje hasta los puertos ha sido penoso. Martin ha fraguado salvoconductos y sobornado a nuestros propios hombres para poder acceder al escape.
Al subir a la nave he dado un último vistazo a mi tierra, a mi amada tierra ahora hostil. Lejos nos esperan los mismos sueños de una civilización justa.
Lejos, al sur de las nuevas tierras construiremos Roma por cuarta vez.

Bajé las escalerillas y caminé hasta la cabina del comandante que me sobresaltó con un despatarrado saludo:
- Heil mein Führer!
Lo ignoré y seguí pensando en el lino que Karl no pudo conseguir.

4 comentarios:

  1. es un tanto difícil pensar a Adolf con sentimiento de culpa :/ pero me gustó el relato, una mirada distinta. Seguramente se vino para la Argentina jajajaja

    ResponderEliminar

Mordé, dale, mordé..