martes, 7 de junio de 2011

Pleamar


Ella volvió cuando él ya no tenía rimas.
— Cómo estás? — preguntó.
— De la misma manera en que me dejaste — respondió él, arrebujado dentro del abrigo.
Ámbos miraron en silencio el hosco horizonte de aquella tarde, la sudestada obligaba a desviar la vista de altamar para devolverla a la playa. A lo lejos unos chicos alocados intentaban encender una fogata sobre la arena grís de junio.
— Vamos a casa — dijo él.
Martina suspiró y lo siguió hacia la rampa que llevaba a la avenida. Él ni siquiera habia esperado su respuesta.
Entraron a las diagonales de Plaza Ostende mientras ella pensaba en lo que habia hecho durante estos años sin verse, Gabriel no había cambiado mucho, quizá la forma nerviosa de caminar ahora era un tanto más pronunciada. Y su cabello más largo, nada más. En cambio ella misma se recordaba esta mañana frente al espejo tan distinta a las fotos de finales de los '90. Desprolija; así se sentia.
Por dentro y por fuera.
Se puso a la par de Gabriel mientras doblaban en Montevideo. Él pudo ver de reojo las mechas de aire caliente que escapaban de los labios de Martina. Aquellos amados labios eternamente rosados, rosados aún ahora en el agreste atardecer. Ella seguía sin usar maquillaje, recordarlo le hizo estremecer.
Llegaron y subieron al ascensor sosteniendo el silencio y la respiración. Vértigo. Las palmas de las manos húmedas. Diez metros hacia arriba. Deseo.
Puro y sucio.
Salieron al pasillo exhaustos, ahogados de su pasado residual, ella apenas pudo ver las paredes del pasillo. Gabriel abrío trabajosamente la puerta del departamento y la invitó a pasar.
El miedo a ya no gustarse, al rechazo, el miedo a creer que esto no estaba bien, el hormigueo en las mejillas, todo desapareció en la colisión de sus bocas. Las lenguas enredadas sin temor, la saliva pasando con fruicción, el chasquido pronunciado de los besos, las costuras cediendo puntos ante los dedos presurosos, incapaces de reconocer ojales, botones y cremalleras.
La mitad de sus ropas cayó detrás de la puerta.
Martina cayó sobre Gabriel, lo tomó del pelo y tiró hacia atrás exponiendo el cuello, caliente como el Averno dejó caer allí su apetito. Y las uñas se hundieron bajo la piel suave, y los dientes marcaron como propio el cuerpo del otro. Él la invadió, ella lo dejó hacer, así estaba bien.
Jadearon mecánicamente, movimientos de apertura. En la pared un cuadro, una mujer desnuda. Todo dentro. Desfallecer.
Detrás de los párpados ámbos revivian el pasado. Afuera, en el aire.. pleamar.
Él hundió sus manos entre los gluteos de Martina, atrayendola deliciosamente; ella metió su mano en la boca de él. Enlace al extasis. Remolino de suspiros que empañan la mirada, piel deslizandose sobre piel, desbordandola.
Por qué me dejaste, nena?
Martina apenas lo escuchó, él le tomó los pies y la apretó contra si, chocandose las pélvis.
Por qué, decime por qué me dejaste? — insistió asiendola del mentón. Martina entreabrió los ojos despertando a medias del frenesí. — Eso fue hace mucho Gaby, no mirés atrás..
— No era necesario, vos eras mi vida!
— Pero fue hace mucho, vivamos esto, el ahora..
Él la tumbó de lado y embistió con fuerza, primitivo y desbocado. La escuchó gemir y recordó su propio gemido (lastimero) hace más de trece años, en la playa, en pleamar, cuando ella lo dejó descalzo, con las manos mojadas y ásperas de arena, y el pecho mojado por dentro y áspero de angustia.
Siguió moviendose ardorosamente, oleando las curvas de Martina como si fuesen farallones. Él, macho sublime en su colina. Ella, dócil y etérea a los arrebatos.
— Por qué me dejastee, putaaa!— la palabra prohibida y fácil, escupida a borbotones.
La tomó del cuello y apretó con fuerza mientras se columpiaba dentro de ella. Sintió cómo cedía la traquea, con un débil sonido. Hundió aún más los pulgares hasta que tembló lascivo viendo como los labios de ella cambiaban para siempre su color. Cayó dormido, de gusto.
No lo despertó la sudestada.
No lo despertaron los golpes dados en la puerta.
No lo despertaron los gritos a viva voz de los oficiales.

Dos días después lo despertaron las moscas.
Afuera, pleamar.

8 comentarios:

Mordé, dale, mordé..